lAdamar
seguido de
En todos los
espejos
Una acertada
cita de Saint-Exupéry (“lo esencial es invisible a los ojos”) proyecta el
contenido del libro de María del Valle Rubio. Un libro pausado con 33
composiciones, que ha buscado una vez más, pero ahora mirando “en todos los
espejos” de la vida (¿acaso María del Valle no lo había ya hecho antes?),
descubrir los temas favoritos de la autora: las respuestas invisibles, sobre
todo de las mujeres, al comportamiento severo o anecdótico derivado del amor y
el desamor.
Hay un buen
repertorio de respuestas a la esencia invisible de la vida. Si estoy esperando
en el andén “Mi tren que nunca llega” (“bien sé que no estoy sóla…”) se desata
la nostalgia de la vida; la sorpresa de un baile en solitario y algo burlón (“un
hombre con sombrero/ interrumpe de pronto en mi vigilia”) nos devuelve al
“deseo enmascarado”; un encuentro casual te descubre la verdad de tu pareja (“por
tu forma de ser asceta y penitente renunciabas a mi”); un techo como un
“retablo de imágenes” te resume en múltiples instantáneas los símbolos de tu vida:
el toro, el hombre, la serpiente…; en ocasiones una carta (un “mensaje”, un “watsApp”)
que nunca llega (“la tardanza del hombre”), te anuncia la desesperanza al
tiempo que te advierte, igualmente, del absurdo de ”empecinarse en sacar agua/ de
pozo seco”; otras veces nos mantenemos sólo con “esperar el regreso de Ulises”,
¿…la vida como una epopeya homérica de la que siempre esperamos una respuesta
satisfactoria?; o, por qué no, la llegada de la lluvia te retrotrae a la
infancia (“a las horas del reloj de la niñez”) cuando “era un primor coser”,
“padre (…) predicaba su verbo incontinente”, …y “otra vez la niña se declara en
rebeldía”.
María del Valle
Rubio tiene una dilatada y premiada obra poética (Residencia de olvido, Premio Barro, 1982; Clamor de travesía, Premio José Luis Núñez, 1986; Derrota de una reflexión, Premio
Florentino Pérez-Embid, 1986; El tiempo
insobornable, Premio Bahía, 1989; Museo
interior, Premio Nacional Rafael Alberti, 1990; La
hoguera infinita, Premio Nacional San Juan de la Cruz, 1992; Sin palabras, Premio Rosalía de Castro,
1995; Acuérdate de vivir, Premio
Antonio Machado, 1998, etc.), que refleja a través del dominio de la
técnica el canon literario de la modernidad introspectiva, con algunas
concesiones clásicas en su nueva obra, como “superaré la noche,/ alcanzaré una
rosa/ antes que brille el sol y la deshoje” en Calle con un verbo por verso, o “sembrando la distancia de
claveles,/ la noche de magnolias/(…) /creciendo como el chopo,/ bajando como el
río/ y gritando tu nombre” en Utopía,
un modelo de geografía lírica. Pero sobre todo sus composiciones atraen y
cautivan al lector por ahondar en respuestas personalizadas, que no
excepcionales o rebuscadas, escritas con palabras sencillas, a los, tantas
veces, más osados tormentos de la vida.
No sabemos qué
nuevos poemarios nos regalará la muy premiada María del Valle a futuro, pero en
este último (En todos los espejos) vuelve
al principio, cuando Residencia de olvido,
aunque ahora declare que “tan sólo me propongo olvidar tanto olvido” (Olvido).
Fernando Díaz del Olmo (Junio,
2018)
Catedrático
de Geografía Física. Universidad de Sevilla
ANTOLOGÍA de MARÍA DEL VALLE RUBIO
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