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Reseña de la Antología Poética “ADAMAR, seguido de EN TODOS
LOS ESPEJOS”,
obra de María del Valle Rubio.
María del Valle
Rubio nos brinda un entrañable compendio de su poesía –hasta 2018- con el
título de “Adamar –seguido de ‘En todos los espejos’-“. El volumen se cierra aportando así al final
su obra más reciente.
La palabra “Adamar”
puede verse como un derivado intensivo del verbo “amar”, muy afín al contenido
de los libros incluidos, de “amar” sin límites.
“En todos los espejos” sugiere la mirada abierta de una mujer pintora y
poeta, que no deja escapar resquicio alguno de realidad, ni de corazón.
En cuanto a la
forma poética, predomina el verso endecasílabo, jugosamente apoyado –a modo de
silva- por la compañía del heptasílabo.
El dominio del ritmo por parte de la autora es tan presente, que incluso
en el libro “Cibernáculo” (de 2011), escrito en prosa poética, dicha pauta
rítmica se hace sentir, comunicando gran sonoridad a las frases.
En adelante, y para
facilitar la consulta, daré el número de página en las citas que haga.
Resalta en todo el
volumen la frecuente mezcla de realidad y metáfora idealizadora, que confiere
altura y dignidad a la dicción. En este
aspecto, me llaman la atención los siguientes pasajes: “por qué río se van sin
remisión / los ojos de los niños.” (34);
“y nosotros, huidos de nosotros / acariciamos tristes nuestra fuga.”
(43); “y solo queda el alma a la
intemperie.” (98); “no queda en el jardín ninguna duda / para la floración / y el
blanco vientre de la nube avanza / con su preñez altiva.” (105); “mi tren que nunca llega.” (205 –comienzo de
un poema significativamente titulado “EL
ANDÉN”-); “a lo mejor mañana puede ser /
el día señalado para colgar el tedio / en la percha más alta del olvido.”
(240)… Este entrecruzamiento de
realidad y ficción a veces lleva a una “ruptura de sistema” -como nos enseñara
Carlos Bousoño-, quebrando la pauta esperada. Así, por ejemplo, ocurre en este
endecasílabo acentuado en las sílabas 4ª y 8ª: “La larga noche del camino
oscuro.” (209). Suena tan bello, que
casi olvidamos la posible frase más lógica que sería “La oscura noche del
camino largo”, también un aceptable endecasílabo.
En este orden de
cosas, es asimismo significativo el “oxímoron” o encuentro de opuestos que a
veces nos sorprende, como “Convertir la ceniza en otro vuelo.” (55).
La poeta-pintora
tiene tan asumidas ambas artes, que en su producción pictórica se advierte un
toque de poesía y –por lo que ahora nos concierne- también viceversa: hay vocación pictórica en su poesía. Aportaré algunas citas, referentes a colores
o a espejos: “trazo el río con un poco de añil” (221); “se van muriendo lentos
mis peces de colores / mientras avivo el fuego” (21); “todo es posible / en el
mar del espejo.” (123); “allí donde me
miro, te reflejas.” (86). Dudamos si de
hecho nos encontramos en un taller de pintura, o bien en la mesa de trabajo
donde se escribe poesía. El título del
más reciente libro “En todos los espejos”, abunda en esta vivencia, pues su
autora trata en él de rescatar mediante la mirada poética el tiempo
transcurrido.
Me parecen muy
apreciables ciertas reflexiones de María del Valle donde se vale de la función
metalingüística o metapoética, a saber:
lenguaje para hablar del lenguaje, o poesía para hablar de la
poesía. En tal línea se encuentran
varios versos: “los ecos de este canto, mi aventura / de creerme mujer
enamorada/ y engendrar un lenguaje / común e intransferible.” (89); “y hasta el último verso de mi canto.”
(182). Me resulta sumamente curioso el
poema titulado “Infinitivo” (141), que se refiere al infinitivo verbal y abunda
en su uso, por cuanto tal forma comporta de proyecto abierto o acción en
perspectiva. Así se puede apreciar
especialmente al final del citado poema, con un infinitivo en cada verso: “y si
pudiera ser, / buscar una rendija / para leer un verso.” (141).
Me llaman a atención
ciertos toques de psicología, donde asoman a una la intuición femenina y la
expresión popular: “nunca es tiempo / para gritar te quiero.” (83); “contemplo
la evidencia sorprendente: siempre te
favorece algún descuido.” (85); “la niña se declara en rebeldía.” (citado como
palabras de su madre) (224); “ha nacido el temor / en la niña que soy; en la
mujer que temen / y que no reconozco.” (227).
Para ir terminando,
citaré algunas frases que me han impactado vivamente, como máximas de vida conquistadas
con tesón y fuego interior: “en tu mano, mi mano. La constancia / de un segundo infinito.”
(84); “solo quien canta olvida.” (99);
es el día ideal para salir / afuera de nosotros” (145); “no puede silenciarse
tanto amor / ni guardarse en secretos abismales.” (178); “es habitable el mundo / si encuentras tu
ciudad en cualquier parte.” (133); “estoy al borde / de encontrarme conmigo.”
(231); “pero el tiempo te dio una tregua
de vida.” (243). Son palabras
ciertamente orientadoras para toda ocasión.
Como síntesis
final, citaré la visión poética de una amapola, flor sumamente efímera –como
sabemos- donde residen casi simultáneamente la muerte y la vida: “y moría al
poco de nacer. / Y vivía en grito
permanente.” (197).
Ahí veo compendiado
el precioso mensaje de estos libros. Y
para que sea la autora quien cierre esta reseña, acudo de nuevo a sus palabras,
ricas –por cierto- en infinitivos:
“Amar para vivir o vivir para amar?
Vivir para morir enamorada.” (192)
Fernando
Rodríguez-Izquierdo y Gavala.
Universidad de Sevilla
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